martes, 28 de junio de 2011

Y así, cómo.

Algún par de veces, pensé en beberme en un atracón, tu boca, y después pensar que podría algún día dejarla ir. El enamoramiento pasa y las parejas se abandonan, cómo se desprecia un juguete soñado, o se borra la tiza del tejo.
Pero pronto (no me costó demasiado) darme cuenta que no somos tiza, que aunque así lo fueramos, ni la lágrima más gorda, densa y concentrada de su sal más secante, podría borrar del suelo, los pasos que saltando entre números, dejaste al jugar. Jugar, eso te gustaba mucho, y a mi no tanto. Diferíamos un poco, en cuánto a las reglas, pero mientras te viera saltar, siempre interrumpiendo el recorrido de los rayos del sol que querían calcinar el suelo, yo soportaría cualquiera de tus medidas.
Y saltabas y tu pelo flotaba, se desvanecía y adquiría formas graciosas desafiando ala gravedad, y azotaba al aire calmo, estanco y lo mantenía con un dejo de tu perfume, siempre igual. Siempre dañino, hoy.
Sonreías, y es tan tierno, porque ese dientecito pequeño que tenés a los costados, siempre hacía parecerte más chiquita, y te retocaba de ternura. Una ternura un tanto, ambigua, porque a veces lastimaba tanto, mirarte.
Tenías piernas largas. Creo que las seguís teniendo. Ya no tengo ni el tiempo, ni la oportunidad, de medirlas con mis besos, o con caricias, o con tan sólo caminar a tu lado y comprobar que aún me cuesta seguirte el paso. Dos de los míos, serán uno de los tuyos. Y ese es nuestro problema de siempre...

Que no somos exactas, cómo las matemáticas.

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