martes, 28 de junio de 2011


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No te olvidé.

Leer.  Me gusta leer te dije, hace un par de años. Y hoy cuando te vuelvo a encontrar, te vuelvo a decir que me gusta leer, pero ésta vez, entre líneas.
Muchas cosas cambiaron. Sobre todo, muchos vicios. No soy la misma que antes. Porque soy igual que ayer. 
Amandote, siempre sometida a esa maldita manía de jugarme por el vicio más dulce, que el tabaco: fumar tu sinceridad contrariada siempre por tu vanidad. 

Y así fue como NO te olvidé. 
Recordando cada noche que debía borrar de mil canciones las analogías, la intertextualidad de mis gestos, palabras, actos fallidos, que me recordaban a vos. Las remembranzas de mi presente, son puros vestigios en harapos, de un ayer siempre rengo que viene con una pata de palo, pirata, a querer robar los tesoros escondidos de por ahí. 
Sustento. Necesito sustento, para sobrevivir de tus juegos. Y a veces, no hace falta aprender las reglas, sino, saber como romperlas, cuando vos las ponés bien puestas. 

Arrugo las sábanas, muerdo almohadas,  y suspiro caracoles huídos, son sólo caparazones, que andan mas lentos, que la imaginación hoy, con televisión a color. 

Y así, cómo.

Algún par de veces, pensé en beberme en un atracón, tu boca, y después pensar que podría algún día dejarla ir. El enamoramiento pasa y las parejas se abandonan, cómo se desprecia un juguete soñado, o se borra la tiza del tejo.
Pero pronto (no me costó demasiado) darme cuenta que no somos tiza, que aunque así lo fueramos, ni la lágrima más gorda, densa y concentrada de su sal más secante, podría borrar del suelo, los pasos que saltando entre números, dejaste al jugar. Jugar, eso te gustaba mucho, y a mi no tanto. Diferíamos un poco, en cuánto a las reglas, pero mientras te viera saltar, siempre interrumpiendo el recorrido de los rayos del sol que querían calcinar el suelo, yo soportaría cualquiera de tus medidas.
Y saltabas y tu pelo flotaba, se desvanecía y adquiría formas graciosas desafiando ala gravedad, y azotaba al aire calmo, estanco y lo mantenía con un dejo de tu perfume, siempre igual. Siempre dañino, hoy.
Sonreías, y es tan tierno, porque ese dientecito pequeño que tenés a los costados, siempre hacía parecerte más chiquita, y te retocaba de ternura. Una ternura un tanto, ambigua, porque a veces lastimaba tanto, mirarte.
Tenías piernas largas. Creo que las seguís teniendo. Ya no tengo ni el tiempo, ni la oportunidad, de medirlas con mis besos, o con caricias, o con tan sólo caminar a tu lado y comprobar que aún me cuesta seguirte el paso. Dos de los míos, serán uno de los tuyos. Y ese es nuestro problema de siempre...

Que no somos exactas, cómo las matemáticas.

Te conocí.

Yo no buscaba nada.
La turbulencia no me dejaba pensar si quiera en que búsqueda emprendería esta vez. Sólo quería aterrizar en algún lugar donde la incertidumbre no atacará mi pensamiento, y de pronto, con tus rizos filosos, posaste tu cabeza en mi hombro en noches interminables donde dormir era un castigo para mi ansiedad. No quería perderme ni un momento de vos, y escuchaba una y otra vez aquella canción que TAN bien definía lo que sentía cuando en mi pecho descansabas:

I don´t wanna close my eyes. I dont wanna fall asleep, cause I miss you baby, and I dont wanna miss a thing.

No, no quiero perderme de nada. No quiero. Porque es tan sagrado ese momento, que prefiero ese insomnio de saberme despierta para contemplar el edén de tus párpados sentados en el diván de tus retinas, que la paz maniatada de dormir, luciendo mi más absoluta ignorancia al dejar escaparte, princesa dormida.
No, no soy un príncipe. Soy otra princesa que te buscó, sin buscarte y te encontró sin saberlo.
Y mi respiración a veces inconstante, demostraba mi nerviosismo por mantenerme quieta, y no despavilarte.
Es tan lindo verte dormir.
Besarte al costado de tu boca como un picaflor que hermosamente erró al centro de la flor.
Cómo un soplo que esquivo la amapola.
Como una abrazo que encajó mal pero terminó sintiendose perfecto.
Así, es como me gusta verte. Plácida, en un descanso pálido, tostado de luna, y platinado del brillo que te rodea, mujer...por el simple hecho de existir.

Fue.

Tu color favorito es el verde!. Quién lo iba a decir?. El mío también.
Jugamos a las escondidas un par de veces, más veces que las que podrías contar a un millón sin equivocarte o perder la cuenta. Sin que te aburrás. 
Y es que nos gustaban los problemas, nos hacían sentir que vivíamos nuestra propia novela. No queremos que la tele piense por nosotras. 
Y estabamos en pasadizos de besos, de sostenes y ropa interior regada por la habitación, por abrazos clandestinos y besos susurrados a la lejanía, siempre en constante contrabando, deseando y en analogía a las orillas de un río que se unen, por debajo, nos rozabamos las mejillas sonrojadas por el placer de querernos, sin que nadie lo sepa, y mucho menos, LO ENTIENDA. 


Te dije que te amaba y silenciaste al mismo silencio. Y se intimidó por tu seriedad. Creo que esos segundos que tardaste son los mismos que toman venganza hoy, y se interponen entre los te amo, que no vamos a volver a decir nunca más, frente a frente, inocentemente, sin haber sufrido el holocausto. 


Te dije que te amaba y eramos jóvenes, sumidas en el júbilo de lo conocido, viviendo un sueño, que se convertiría después.... en la peor de las pesadillas. 

Y así.

La peor pesadilla es ese momento de transición cuando estás aceptando que sí, la amás.
Despavilás tu orgullo con un recuerdo precario, apenas titilante y reconstruido, del último beso, que claramente remueve tu estómago con soplidos de cosquillas, y te picotean la cabeza las ardillas del temor.
La amás. No hay vuelta atrás. Una vez que lo admitiste, empieza el viaje.

El viaje.